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Contrastes de la gestión de la pandemia: qué funcionó y qué no en América Latina

Primero fue China ; luego, Europa Estados Unidos , y ahora América Latina . La región se lleva hoy el triste título de ser el epicentro de la pandemia , con miles de muertos diarios . Más de seis meses pasaron desde que el coronavirus estalló en el mundo y la región sorprende hoy con países agobiados por el virus, pero también con naciones que están cerca de suprimirlo y dejarlo atrás.

Todas las naciones, sin embargo, están dominadas, en mayor o menor medida, por tres rasgos que marcan a la región desde hace décadas y que condicionan el recorrido y resultado de la pandemia: pobreza, hacinamiento e informalidad.

A diferencia de los anteriores epicentros, América Latina tuvo más tiempo de prepararse mientras observaba cómo el virus se ensañaba, en marzo y abril, con Europa y Estados Unidos. Cada país empezó entonces una acelerada gestión que hoy, cuando la región no alcanzó aún el pico, muestra resultados que van desde el éxito o la resistencia hasta el casi fracaso.

Esas recetas nacionales están determinadas por ingredientes tan diferentes como errores de cálculo y debilidades estructurales como ventajas geográficas y demográficas y madurez cívica. Con cerca de 87.000 muertos, las cifras de la región son alarmantes y crecen . Pero, si bien cinco naciones latinoamericanas están entre las veinte con mayor número de decesos, la tasa de mortalidad y de muertos por millón de habitantes es menor en la región que, por ejemplo, en Europa por la baja edad promedio de su población.

Si esa es una de las mayores ventajas demográficas de América Latina, su principal debilidad es la economía , que, en un círculo vicioso, recortó el margen de acción en la gestión de la pandemia y, a su vez, sufrirá brutalmente su impacto. La región será una de las más golpeadas del mundo con una recesión de por lo menos 5,3% en 2020, de acuerdo con el Banco Mundial . Esa increíble retracción conducirá a otros 16 millones de latinoamericanos a la extrema pobreza, donde ya viven unas 83 millones de personas.

Con muy pocas excepciones, todos los países aplicaron medidas de aislamiento social, obligatorias o no, que fueron progresivamente levantando. Hoy las curvas de la región llevan diferentes dibujos y trayectorias. Y mientras algunas ya dejaron atrás su pico amesetado, otras aún no lo tienen a la vista, es decir que a la pandemia le quedan muchos meses por delante. Un repaso de los éxitos y fracasos de los últimos meses desnuda sorpresas y profecías autocumplidas que pueden ayudar a la región en lo que aún le falta por recorrer.

Los más golpeados, del negacionismo al error de cálculo

Cinco son los países latinoamericanos en la lista de las 20 naciones con mayor cantidad de muertos: Brasil, México, Perú, Ecuador y Chile. En todos ellos, las disfunciones de gestión, de cálculo y de liderazgo ayudaron a dibujar la trayectoria de la curva; en el que más resalta ese fenómeno es precisamente en el de más víctimas fatales, Brasil (46.500 decesos).

A diferencia de otros países de la región, Brasil no contó con un plan sanitario nacional ni con un confinamiento nacional ni con una campaña de testeo nacional. Las medidas, algunas más rápidas que otras, se tomaron a nivel de estados casi sin coordinación; frente a un virus que ignora cualquier frontera, cada región decidió su propia medida de aislamiento.

Detrás de la falta de coordinación y proyección nacional, está la insistencia de negar el virus del presidente, Jair Bolsonaro . Empecinado en que el coronavirus no era más que una “gripecita”, el mandatario insistió en que no había que parar la economía para combatir la pandemia; mientras tanto, ya en abril algunos estados, como Manaos, empezaban a colapsar. El presidente acompañó el negacionismo y la demora en reaccionar con una gestión cercana al caos, marcada por su desconfianza de la ciencia y por las renuncias de dos ministros de Salud.

No solo el presidente se abocó a subestimar el peligro y el impacto del virus. Por necesidad o por descreimiento, millones de brasileños siguieron con su vida como si nada; Brasil es uno de los países latinoamericanos donde menos se redujo el movimiento en las calles inicialmente y donde más rápido se recuperó, según el índice de movilidad de Google.

Hoy Brasil enfrenta una pandemia que es impiadosa con sus estratos de menores ingresos -un residente de los barrios pobres de San Pablo tiene 10 veces más chances de morir que un habitante de las áreas más acomodadas- y que se extiende desparejamente por el país.

Mientras algunas regiones como San Pablo o Río empiezan a estabilizarse las curvas de muertes y de contagios, en otros estados el pico aún no llegó. Eso prolongará la presencia del virus en un país que, pese a no haber impuesto un confinamiento estricto para no paralizar la economía, decrecerá lo mismo un 8% este año.

El liderazgo desordenado, la ausencia de coordinación y la subestimación del virus no fueron propios de Jair Bolsonaro. También marcaron al México de Antonio Manuel López Obrador. El mandatario mexicano tardó en reconocer el peligro del virus, al punto de que a fines de marzo, cuando Occidente ya estaba encerrado y sufriendo el estrago sanitario, alentaba a sus compatriotas a salir a la calle.

Esa demora fue reemplazada días después por un anuncio de aislamiento social no obligatorio que no fue suficiente para compensar la falta de tecnología médica, entre ellos de tests y laboratorios, ni para evitar un daño que ya empezaba a insinuarse sobre las capas más frágiles de México.

La ausencia de hospitales e infraestructura sanitaria y la inexistencia de rutas pavimentadas aceleró el impacto del virus en las áreas más remotas y vulnerables de México. “El contagio por el Covid-19 es más elevado en las grandes áreas urbanas del país [Distrito Federal, Tijuana, Mexicali y Juárez] sin embargo, en las zonas de alta pobreza es más letal”, advirtió anteayer el Coneval, el organismo que mide la pobreza.

La ironía de la pandemia es que no sólo golpea más a los pobres si no también que los generará. México será el país, según la Cepal, que más pobres sume tras la pandemia: 10 millones. Consciente de que su economía no puede esperar más, López Obrador y los gobernadores ya empezaron a reabrir el país y a habilitar hasta el turismo pese a que los contagios están altos y a que el pico de muertes sería superado recién esta semana.

Junto con Brasil y México, Chile es uno de los países que evitó la cuarentena estricta y de alcance nacional. Eso fue hasta mayo cuando el número de muertes y contagios se empezó a disparar y la imagen de mejor alumno en la gestión de la pandemia del país empezó a destrozarse.

Con un nivel de testeo por millón de habitantes propio de países europeos y con un refuerzo veloz y ágil de la capacidad de terapia intensiva, el gobierno chileno sumó puntos en los dos primeros meses de la pandemia sin tener que enfriar la economía con un confinamiento riguroso, un crédito que necesitaba tras el estallido social de octubre. Eso duró poco; hace cinco semanas Chile tenía números similares a los argentinos; hoy cuadruplica la cifra de muertos locales. ¿Dónde estuvo la falla?

El encargado de explicarlo esta semana es el flamante ministro de Salud, Enrique Paris. “Nuestra letalidad es bajísima, es del 1,7. Eso se debe a la estrategia basada en el testeo y de ahí nos saltamos obviamente a la estrategia basada en el tratamiento, con una gran cantidad de respiradores y camas intensivas. Quizás fallamos en la segunda etapa. Primero es testear, después trazar y después aislar y tratar. En el testear, muy bien. En el trazar, nos ha costado mucho más. En los extremos de la pandemia lo hemos hecho bien”.

Es decir que el error estuvo en el medio. Hubo testeos, pero poco rastreo de los contactos de los contagiados por lo que el virus circuló con poca vigilancia. Hubo unidades de terapia intensivas preparadas y apertrechadas, pero no hubo atención primaria de los infectados en las etapas iniciales por lo que, al llegar al hospital, los pacientes ya estaban en estado grave, lo que complejizaba la labor médica.

Hubo otro bache igual de llamativo en la gestión de la pandemia, que determinó no solo que la “cuarentena inteligente” no funcionara sino también que trazó el camino de salida del ex ministro de Salud Jaime Mañalich: la desconexión de la dirigencia chilena de ciertas realidades sociales.

“¿Cuál es la contagiosidad? En un sector de Santiago es esta y en otro sector de Santiago, que es nuestro drama de la cuarentena en este momento, en otro sector de Santiago, donde hay un nivel de pobreza y hacinamiento, perdón que lo diga con esta… del cual yo no tenía conciencia de la magnitud que tenía”, indicó Mañalich, la última semana de mayo, para explicar por qué había tantos contagios.

Sí, el entonces ministro de Salud no sabía que en las comunas del sur de la Región Metropolitana hay tanta pobreza e informalidad que a sus residentes se les presenta el dilema de hacer cuarentena o salir a trabajar para comprar alimentos porque, sin salario fijo ni ayuda del Estado, no comen. Allí, sobre todo en la comuna de Puente Alto, se concentran las cifras de muerte y de contagio de una Región Metropolitana que, este mes, se vio forzada a encerrarse estrictamente para contener y aplanar la curva. La razón parece saltar a la vista: en esa comuna la movilidad esta semana fue de 87% de lo que fue en la segunda semana de marzo y en la Región Metropolitana en general fue de 62%.

Los seis meses de pandemia dejaron en evidencia, en América Latina, que el rigor y obligatoriedad de una cuarentena no son necesariamente determinantes del éxito en la lucha contra el virus. Los olvidos estructurales de un país y los errores de cálculo de un gobierno pueden determinar el fracaso de una política, no importa qué tan bien intencionada sea.

Esas tres conclusiones le estallaron en la cara a Martín Vizcarra, presidente de Perú. Vizcarra fue rápido y estricto al decretar la cuarentena peruana, una de las primeras de la región y también tan extrema que incluía toque de queda nocturno y días de salidas permitidas en función del sexo.

Pero, el gobierno no tomó en cuenta tres números implacables de la realidad socioeconómica peruana. Casi el 71% de los trabajadores está en la informalidad por lo que deben salir a trabajar todos los días para tener ingresos; solo el 38% de los peruanos tiene una cuenta bancaria, por lo que la mayoría de quienes recibieron ayuda del gobierno hicieron fila frente a los bancos para cobrar; y hasta un 80% de los hogares más pobres de Perú no cuentan con heladera, por lo que no tienen dónde guardar los alimentos frescos y van a comprarlos todos los días. Resultado: mercados, puestos de ventas ambulantes y bancos fueron epicentros de contagios masivos. A Vizcarra hoy se le critica que aplicara una cuarentena “a la europea” sin tener en cuenta ese factor tan propio de Perú.

El sistema sanitario no pudo con ese aluvión de infectados, no solo por la cantidad sino por el descuido y desinversión. Pese a que Perú creció a un promedio de 4,9% en los últimos 10 años, el gasto en salud nunca fue abultado y está entre los más pequeños de la región respecto del PBI nacional. Vizcarra quiso compensar ese déficit histórico con uno de los mayores paquetes de estímulo de la región (12% del PBI) pero semejante liquidez no fue suficiente para paliar el desastre social, sanitario y económico y este año el país será el que más sufra en su desarrollo y decrecerá un 12%.

Los dos que resisten: entre la cuarentena y el dilema económico

El politólogo Andrés Malamud cree que hay tres criterios para medir la eficacia de una gestión pública en la pandemia: el número de infectados, la cifra de muertos y la disrupción económica porque “es falso que no haya un dilema entre salud y economía porque si parás la economía la gente después se muere de hambre”, dice en diálogo con LA NACION . “Esos criterios se basan en las capacidades estatales [de control, testeo, etc], en la disciplina y confianza social y en sistemas más o menos cohesionados”, agrega. A la gestión sanitaria de la pandemia y a la cuarentena argentina, las define como de “baja tecnología y alto acatamiento”.

El otro país que, como la Argentina, resiste con una cuarentena larga y cuestionada, una curva similar de contagios y muertes y la firme determinación de no sumarse al grupo de los países más golpeados por el virus es Colombia.

De dimensiones demográficas y económicas parecidas, la Argentina y Colombia son las naciones que, por ahora, pueden cantar victoria en la contención parcial pero que no deberían confiarse en que los números del virus y de la economía se mantengan estables. Hasta hoy a ambos les funcionaron las cuarentenas estrictas, obligatorias y nacionales que aplacaron el virus gradualmente hasta despejar varias áreas de cada país mientras las capitales siguen siendo focos de infección.

Las curvas están también algo espejadas en sus trayectorias y ninguna llegó aún a su pico, de acuerdo con los especialistas. Los números corren en paralelo; los de Colombia van por delante en muertes y contagios y ambas cifras duplican las argentinas. Y aunque nuestro país tenga un mejor escenario sanitario, el panorama económico es peor. La disrupción en la Argentina por la pandemia y la cuarentena será bastante mayor que en Colombia.

En el país andino, la recesión sería de un 4,9%, según el Banco Mundial, mientras que la Argentina llegaría a 7,3%. Entre los colombianos, la economía comienza a ser la inquietud que hoy es entre los argentinos. La diferencia está en el futuro y en la estrategia y que cada nación planea para después de esta etapa de la cuarentena, que en Colombia va hasta el 1° de julio y acá, hasta el 28 de junio.

Al tiempo que el AMBA se plantea volver a fase 1, el gobierno del presidente Duque apuntará a “aislar el virus más que a las ciudades” porque quiere que la recuperación tenga una forma de V, es decir que la economía rebote y no se estanque en el fondo, una vez que el país recupere cierta normalidad.

Para limitar el peligro sanitario sin potenciar más el riesgo económico, aplicará su plan PRASS, basado en un testeo extendido y direccionado para el que invirtieron en reactivos y laboratorios. Cuando comenzó la pandemia, Colombia hacía 600 tests por día y la Argentina, entre 200 y 300; hoy la primera hace 14.000 diarios y nuestro país, tuvo ayer su día de más pruebas, con unas 7000. Pese a que esta semana la nación andina tuvo sus días récord de muertos y contagios, el gobierno aún no se plantea extender la cuarentena -hoy más flexible que la argentina- porque confía en que tiene la capacidad sanitaria para hacerle frente y en que los colombianos incorporaron la conciencia de la distancia social.

“Esta estrategia permite que continúe la actividad económica aún si los casos de contagios crecen en el proceso de reapertura. En lugar de confinar a millones de personas, sólo tendremos que aislar a aquellos 100 o 200.000 que están en más en riesgo”, dijo Luis Guillermo Plata, zar anticoronavirus de Colombia, a Americas Quaterly.

Las tres estrellas: de las fronteras cerradas a la madurez cívica

La reapertura de los tres países que más eficazmente contuvieron la pandemia ya está en marcha, aunque a diferentes velocidades. Para los tres, también, el pronóstico económico es mucho menos desfavorable que para el resto de los países de la región.

A simple vista, Paraguay, Costa Rica y Uruguay tienen una característica en común además de haber sido los tres países con menos muertos por millón de habitantes (2 los dos primeros y 7 el último): todos son de baja población. Pero allí parecen detenerse las similitudes, porque Uruguay y Paraguay tienen poca densidad poblacional, pero Costa Rica es una de las naciones más densas de la región.

Por otro lado, Uruguay y Costa Rica están entre las menos pobres y las que más porción del PBI destinan a la salud (más de 6%); pero Paraguay tiene una pobreza superior al 20% y dedica un 4,2% del PBI a la salud.

En cuanto a la gestión no hay tantas similitudes; Uruguay y Costa Rica no aplicaron cuarentenas obligatorias pero Paraguay sí. En la respuesta sociales a ellas está el denominador común: todas tuvieron un alto acatamiento; todos sus gobiernos elogiaron la madurez cívica de sus sociedades. Más allá de eso, cada país supo aprovechar sus ventajas históricas y geográficas.

Paraguay registró en total 13 muertos por coronavirus, dos de ellos esta semana, las primeras en más de un mes. El dato puso en alerta al gobierno, que comenzó a relajar la cuarentena, pero sin apuro, en mayo. Una de las primeras medidas que tomó su gobierno, y que los especialistas rescatan como determinantes, fue, en febrero, la prohibición de entrada de ciudadanos chinos y, en marzo, el cierre de fronteras. Eso, especulan los expertos, potenció algunas características que, en cierta forma, resguardaron al país del avance del virus: la mediterraneidad y un contacto poco intenso con grandes urbes.

Costa Rica comparte con Paraguay la tasa de muertes por millón de habitantes. Pero, en opinión de las Naciones Unidas, el pilar del éxito de la nación centroamericana en su combate a la pandemia fue construido a lo largo de las últimas décadas: la atención primaria de salud. Los Equipos Básicos de Atención Integral de Salud (EBAIS) son el corazón de un sistema de salud centralizado, equipado y de alta penetración que le permitió a Costa Rica ser el país con mayor esperanza de vida de América Latina. Los más de 1000 dispensarios médicos que forman los EBAIS fueron también la primera y decisiva línea de combate del país contra el virus: atendieron rápidamente y en sus etapas iniciales a los infectados y evitaron que llegaran a los hospitales; no hubo saturación ni contagio en las instituciones médicas.

Mucho de los rasgos costarricenses también están en Uruguay. “Ambos países tienen un sistema de salud universal muy bueno. Costa Rica es más denso [lo que habilita más contagio] pero Uruguay tuvo una letalidad mayor porque tiene una población más envejecida”, explica a LA NACION el médico epidemiólogo Julio Vignolo, miembro del comité asesor del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou.

El especialista enumera varias justificaciones para el éxito de Uruguay, que apenas tiene un puñado de casos activos, en el control de la pandemia, entre ellas también la atención primaria provista por la medicina familiar y comunitaria y la madurez cívica, pero se detiene en una medida en particular, la decisión de testear extendidamente y rastrear los contactos desde un primer momento, es decir marzo, y no recién cuando ya estaba avanzada la pandemia. “Acá hubo un seguimiento de todos los casos hasta la sexta generación de contactos”, explica Vignolo.

Gracias a ese rastreo intensivo de los contactos de sus casi 900 casos, Uruguay sabe que el 40% de sus contagios provino de un casamiento, un geriátrico y un psiquiátrico y cómo se fue esparciendo el virus. Eso no le sirvió solo para controlar la pandemia sino para estar alerta y gestionar lo que vendrá. “En la apertura, no hay que bajar la guardia, no hay que dejarse llevar por el exitismo -advierte Vignolo- no hay que creérsela”.

Fuente: La Nación